martes, 22 de junio de 2010

De comercial a zorrita complaciente


Carolina tiene alrededor de 50 elegantes años, 1,70 m. de altura, morena, ni guapa ni fea, ni delgada ni gorda, ligeramente maquillada, de aspecto muy cuidado y que tiene su atractivo. Acostumbra a llevar indumentaria clásica, es decir, chaqueta, camisa, falda ceñida corta, medias y zapatos de tacón. El día que la conocí, me llamaron enormemente la atención sus ojos azules, preciosos, que junto a su dulce mirada son capaces de cautivar a cualquier hombre.
Diré que esta historia es real aunque he modificado algunos detalles para preservar el anonimato de cuantos aparecemos en ella.

Me llamo Xabi, tengo 40 años y trabajo en una pequeña empresa guipuzcoana donde, entre otras labores, me encargo de la logística de las exportaciones. A comienzos de febrero de 2010 solicité a varias empresas de transporte unas cotizaciones de portes a países europeos. Tras contactos iniciales vía email y teléfono, los comerciales de la zona vinieron a visitarnos. Carolina era la comercial de una de esas empresas.

En su primera visita vino acompañada de Jaime, un compañero que le estaba enseñando la zona ya que ella se acababa de incorporar a la empresa y, además, se había trasladado a vivir desde Valencia a Gipuzkoa. Jaime era con quien yo habitualmente solía hablar por teléfono o email sobre presupuestos, tiempos de tránsito, etc… pero, a partir de ese momento, sería Carolina la persona encargada de atender y visitar a los clientes pertenecientes a la zona en la que se encuentra nuestra empresa. Se trató de la típica reunión de presentación de empresa, servicios, tarifas, etc… tras las cual intercambiamos nuestras respectivas tarjetas de presentación. Todo correcto, cordial y ameno.

Así, para algunas exportaciones empezamos a colaborar. Yo llamaba a Carolina, solicitaba un camión y ella se encargaba de que lo tuviéramos en nuestras instalaciones para la fecha requerida. Cada 15 días aproximadamente, cuando se encontraba por nuestra zona, ella solía visitarnos fugazmente simplemente porque le gustaba mantener vivo el trato personal con los clientes pero sin llegar a agobiarlos. Las visitas eran cortas de no más de 10 o 15 minutos, algo que yo agradecía. Mientras tomábamos un café de máquina, comentábamos las novedades, si es que las había, la situación general de crisis, su adaptación a Gipuzkoa, etc… Todo dentro del terreno profesional, salvo algún escueto comentario referente a su familia. Su marido trabaja en Valencia y viene los fines de semana, o a veces es ella la que lo visita. Su hija estudia en la universidad, en Barcelona. He de confesar que su charla me resultaba agradable. Además, su apariencia física era impecable, como corresponde a alguien que visita clientes diariamente. Hasta la fecha, me está demostrando que es una buena profesional.

Carolina tiene alrededor de 50 elegantes años, 1,70 m. de altura, morena, ni guapa ni fea, ni delgada ni gorda, ligeramente maquillada, de aspecto muy cuidado y que tiene su atractivo. Acostumbra a llevar indumentaria clásica, es decir, chaqueta, camisa, falda ceñida corta, medias y zapatos de tacón. El día que la conocí, me llamaron enormemente la atención sus ojos azules, preciosos, que junto a su dulce mirada son capaces de cautivar a cualquier hombre. Otro detalle que atrajo irremediablemente mi vista fue su pecho, que se adivinaba erguido y muy voluminoso bajo su atuendo de ejecutiva. Era como un imán para mis ojos que, aunque sin mostrar un escote exagerado, más bien lo contrario, me costaba un gran esfuerzo apartarlos de él para que ella no notara mi mirada sucia.

El sábado del puente de Semana Santa fuimos a pasar la tarde a Hondarribi junto a otros matrimonios amigos y sus hijos. Sí, no lo había dicho, estoy felizmente casado y tengo 3 niños. Mientras los adultos charlábamos y tomábamos café alrededor de una mesa en una terraza, los niños jugaban cerca, en el paseo que bordea el río. No es raro que se enfaden de vez en cuando y alguno de los adultos deba poner orden en sus riñas. En esa ocasión me tocó a mí. Cuando terminé de establecer nuevas reglas a su juego para que no se enfadasen y, además, no molestaran a los viandantes, la vi. A escasos 3 metros frente a mí, caminaba agarrada del brazo de su hija, algo más alta que ella. Casi me rozó al pasar pero no me dirigió palabra alguna. Hubiese jurado que nuestras miradas se cruzaron y que había evitado saludarme pero, en fin, cada cual es libre de no mezclar el trabajo con su vida personal y, aunque me sentí ligeramente molesto, no le dí mayor importancia. Además, cabía la posibilidad de que, efectivamente, no me hubiese visto.

El martes siguiente, ya que el lunes fue fiesta, recibí una llamada de Carolina en la que, con voz seria y tensa me dijo que le gustaría visitarme esa misma mañana para pedirme disculpas y explicarme su reacción del sábado. La tranquilicé diciendo que no hacía falta, que cada cual puede hacer lo que quiera en su tiempo libre y que comprendía que no se detuviera a hablar con todos los clientes con los que se encontrara fuera del trabajo, aunque realmente no pensara eso. Me lo agradeció pero insistió así que la cité a las 11:30.
Llegó puntual y, como siempre, la invité a un café pero, en esta ocasión, en lugar de hablar en la zona común, junto a la máquina de café, me pidió que fuéramos a mi despacho. Seguía seria. En el trayecto hice algún comentario intrascendente acerca del fin de semana para intentar destensar la situación pero ella sólo respondía con monosílabos. Fue al sentarnos en mi despacho y comprobar que nadie podía oírnos cuando empezó a hablar.

- Xabi, te pido por favor que no le cuentes a Jaime (su compañero de trabajo) ni a nadie que me viste en aquella actitud con Vanesa. No quiero que Jaime se lo cuente a mi marido.
- Tranquila, si es lo que quieres, no lo haré. Lo borraré de mi memoria. – y sonreí.

Me sentí su cómplice aunque no entendía nada. No sabía por qué le daba tanta importancia a nuestro encuentro casual pero tampoco me importaban sus motivos. Carolina pareció tranquilizarse, destensó su cuerpo y adoptó una postura más relajada en la silla, apoyando la espalda en el respaldo y cruzando las piernas. Me encantan los trajes de falda corta, las medias oscuras y los zapatos de tacón que usa.

Me disponía a levantarme para dar por finalizada la charla cuando me dijo:

- Gracias. Intentaré compensarte con algún descuento extra en nuestras tarifas. No quiero que te hagas una idea equivocada de mí. Vanesa es mi vecina y nos hemos hecho muy amigas últimamente. Ella también se acaba de mudar a Hendaia y, al no hablar francés y ver que yo también era española, ….

Yo permanecí callado, mi asombro no me permitía interrumpirla. Cuando terminó supe que Vanesa no era su hija, sino una vecina transexual que se dedicaba a la prostitución en Irun con la que había hecho buenas migas. Tan buenas que, debido al morbo que le producían las vivencias profesionales que le solía relatar Vanesa sobre los servicios que le demandan sus clientes, como sexo anal, dominación, lluvia dorada, etc.., intimaron hasta el punto de llegar a probarlas, juntas. Gracias a la transexual, Carolina había descubierto un mundo nuevo en el sexo. Le gustaba ser dominada por Vanesa durante sus encuentros carnales. La femineidad fálica resultó ser tremendamente excitante para Carolina. Me lo había contado como dando por hecho que yo ya lo sabía o que lo había intuido.

- … porque, ¿qué pensaste de mí cuando me viste besando y magreando a una travesti? – preguntó Carolina, mirándome fijamente a los ojos.

Me quedé mudo, perplejo, asombrado, anonadado…, pensando mi respuesta. Yo no me di cuenta de ningún beso ni gesto que me hiciese sospechar que aquella joven acompañante no fuese su hija sino su atractiva amante transexual. Mi imaginación no paraba de recrear las imágenes correspondientes a las palabras de Carolina. Lo cierto es que había llegado incluso a excitarme al escuchar la confesión.

Mi semblante se tornó serio, mi mirada sucia y penetrante no se apartaba de sus preciosos ojos azules, me levanté y cerré las cortinillas del despacho. Ella me observaba sin comprender mis movimientos. Me giré y volvieron a encontrarse nuestras miradas. No fue capaz de sostenerla durante más de 3 segundos. El movimiento acelerado de sus ojos denotaba su nerviosismo y la sonrisa de sus labios había desaparecido. En el camino de regreso a mi asiento, me detuve tras su silla, a su espalda. Ella miraba al frente, esperando a que me sentara pero no lo hice. Me incliné hasta casi rozar su cabello con mis labios y le susurré al oído:

- Tu secreto está a salvo conmigo. Estate tranquila que hoy no va a pasar nada que tú no quieras.

Intentó revolverse pero sostuve con firmeza su cabeza obligándola a mirar al frente. Esperé un instante hasta que cesó su intento y continué:

- Confieso que me tenías engañado pero ahora sé que eres una zorra. Vas a ser mi perra cuándo y dónde yo quiera. Si te niegas, dejaremos de colaborar profesionalmente y no nos volveremos a ver. Si aceptas, dispondré de ti a mi antojo. Te dejo 5 minutos a solas. Cuando regrese, si aún estás aquí, me demostrarás que deseas ser mi putita.

Salí del despacho e hice unas llamadas de trabajo desde otra sala. A los 10 minutos mandé a mi secretaria a mi despacho con la excusa de buscar unos documentos. Cuando me los trajo, me dijo que la visita, Carolina, continuaba allí. Salí de la empresa, al bar del polígono industrial donde estamos, me tomé un café tranquilamente, compré unos preservativos en la máquina expendedora de los aseos y regresé a la empresa. Antes de subir a mi despacho, cogí unos trozos de tela y unos cascos-auriculares de seguridad de los que se usan como protección contra el ruido. Y entré. Habrían transcurrido alrededor de 40 minutos desde que la dejé, pero ella seguía allí, inmóvil, sentada de espaldas a la puerta. Cerré la puerta por dentro y, sin pronunciar palabra alguna, le coloqué la tela a modo de venda en los ojos, anudada en la nuca, y los auriculares sobre las orejas. No podía ver ni oír nada.

Quise comprobar si la razón de que siguiera allí era por mera curiosidad o porque realmente se sometería a mi voluntad. Con una leve presión ascendente bajo sus axilas le indiqué que se levantará y me situé frente a ella. Con ambas manos, con el dorso de mis dedos rocé sus labios y mejillas. Estaba acalorada. Su respiración era agitada y fuerte. Estaba caliente. Mis manos comenzaron el descenso lento pasando por su barbilla y cuello hasta alcanzar sus prominentes pechos sobre su americana. Ella se dejaba hacer. Estaba excitada. Desabroché completamente la americana y 2 botones de su camisa que, al apartarla, me permitieron contemplar ese espléndido par de tetas bajo un sujetador de encaje blanco que difícilmente podía abarcarlas. Sus jadeos de aceleraban. Iba a decir algo pero le tapé la boca con la mano indicándole que estuviese callada. Con unas tijeras liberé las tetas cortando el sujetador. Eran las mayores que había tenido ocasión de manosear y amasar. Me dediqué a masajearlas por unos instantes para apreciar su volumen. Dos amplias aureolas marrones rodeaban sendos pezones erectos.

La respuesta de su cuerpo a mis acciones reflejaba, sin duda alguna, su alto estado de excitación. Subí su falda hasta la cintura e hice que ella misma la sujetara. Apliqué 2 tijeretazos a sus bragas y se las arranqué. Estaban realmente mojadas. Se las pasé por su cara, por su nariz, para que notara y oliera su propia excitación y finalmente, introduje la tela húmeda en su boca. Llevé mi mano derecha hasta su coño babeante, palpándolo en toda su extensión e introduciendo varios dedos repetidamente. Con las bragas en la boca, le costaba respirar sólo por la nariz siendo notorios sus resoplidos.

Retrocedí un par de pasos para contemplar la escena que había organizado. Tenía ante mí a una mujer atractiva, cincuentona, bien conservada, a la que prácticamente no conocía, dispuesta a dejarse hacer cualquier cosa. De pie, con los ojos vendados, los oídos tapados, la boca taponada con sus propias bragas, los pechos al aire, sosteniendo la falda alzada con ambas manos para exponer y ofrecerme sus intimidades, esperando a mi próximo movimiento. Caminé a su alrededor para contemplarla en todo su esplendor. Tenía un buen culo, amplio y redondo, casi perfecto para medio siglo de vida.

Liberé sus manos momentáneamente y sujeté la caída de la falda en los pliegues de su cintura de forma que todo se mantenía al descubierto. Mediante otro trozo de tela até sus manos cruzadas a la espalda e hice que se arrodillara presionando en sus hombros hacia abajo. Así estaba mejor. Me puse frente a ella. De rodillas en el suelo, erguida, su boca quedaba a la altura de mi entrepierna.

Ya era la 1 del mediodía. Todo el mundo se había ido a comer y no regresarían hasta las 3. Estábamos solos en las oficinas.

Me despojé de los pantalones y boxers. Me acerqué a Carolina y le pasé mi pene semierecto por su cara, dándole unos golpes suaves en ambos carrillos. Extraje las bragas de su boca y le introduje la cabeza de mi polla. Empezó a chupar con ganas, como si fuese lo mejor que hubiera albergado jamás su cálida y húmeda boca. La falta de destreza era suplida por el ansia de complacerme y mi polla reaccionó de inmediato ante tal visión más que por su habilidad bucal. Ya tendría tiempo, más adelante, de enseñarle a chuparme la polla en condiciones. Movía la cabeza adelante y atrás, engulléndola algo menos de la mitad y acariciándola simultáneamente con la lengua. La dejé hacer durante unos 5 minutos hasta que preferí hacerlo a mi manera. Sujeté su cabeza fuertemente con mis manos y fui introduciendo la polla lentamente. A medida que avanzaba, ella intentaba en vano echarse hacia atrás. A su boca le costada aceptar lo que trataba de perforar su garganta. Se la metí hasta el fondo, hasta que su nariz chocó contra mi vello púbico y su barbilla contra mis huevos. La tuve ensartada un breve instante y se la saqué. Respiró profundo, tosió estruendosamente y mostró arcadas. No importaba ya que nadie la podría oír. Intentó decir algo para quejarse pero le metí sus bragas en la boca. Ella no podía quejarse. Debía aprender a aceptar mis deseos. Cuando lo comprendió, volví a repetir la profunda y pausada penetración bucal pero, en esta ocasión, le cerré los orificios nasales. Se puso roja, le salían lágrimas pero aguantó hasta que se la saqué. Cuando se repuso, comencé a follar su boca, con embestidas rápidas y profundas hasta que se acostumbró a mi ritmo.

Yo ya tenía la polla durísima y aún me quedaban 2 orificios más para explorar. Abandoné su boca reemplazando mi polla por sus bragas, otra vez. La incliné hacia delante, de forma que su frente se apoyó en el suelo y su trasero permanecía alzado y totalmente expuesto. Me disponía a examinarlo cuando sonó mi móvil. Era Sergio, uno de los compañeros de trabajo con los que solía comer diariamente en el bar. Seguramente estaría extrañado por mi ausencia ya que eran las 13:30. Dejé que sonara y me apresuré a mi tarea.

Me coloqué tras Carolina y hundí mi mano en sus ingles. Su flujo vaginal recorría las paredes interiores de sus muslos. Parecía que se estaba meando. Empapé 2 dedos de mi mano izquierda en el interior de su chorreante coño antes de masajear con ellos su clítoris. Mientras lo hacía, repetí la misma operación con 2 dedos de mi mano derecha antes de dirigirlos a su ano. Los jadeos indicaban que le estaba gustando mucho. Mediante movimientos circulares, le apliqué un suave masaje alrededor del anillo oscuro de su orificio trasero. Su estrechez denotaba que no había sido penetrado a menudo.

Carolina intuyó lo que vendría a continuación ya que trataba de resistirse a que mi dedo índice entrara en su ano. Intensifiqué el masaje que mi mano izquierda estaba aplicando a su clítoris y su ano cedió. Estaba muy excitada pero no quería que se corriera hasta cumplir mi propósito por lo que alternaba ciclos de masajes intensos sobre su clítoris con ciclos más suaves, manteniéndola constantemente al límite. Cuando sus gemidos se aceleraban mucho, bajaba la intensidad de mi masaje evitando así que se corriera y, al rato, volvía a empezar. Mientras tanto, había conseguido introducir en su ano 2 dedos de mi mano derecha que iban dilatándolo a base de movimientos circulares. Cuando me pareció que estaba lista, me puse un preservativo, procurando abandonar el menor tiempo posible el masaje sobre el clítoris, coloqué el glande en su entrada trasera y empujé fuerte, lo suficiente para introducir la cabeza de mi polla en su ano. Un quejido seco salió de su garganta mientras trataba de huir hacia delante sin éxito ya que mis manos la agarraban firmemente de la cintura. La mantuve inmóvil en esa posición hasta que dejó de ofrecer resistencia y comencé la perforación lenta pero decidida. Por cada centímetro de polla que entraba en su culo más sonoros eran los quejidos de Carolina. Maniatada a la espalda, trataba infructuosamente de empujarme. Finalmente, entró toda. Sus nalgas chocaron contra mi pubis. La tenía completamente ensartada.

Con movimientos lentos, sacaba mi polla casi completamente y se la volvía a clavar hasta el fondo. Podía ver el balanceo de sus enormes tetas colgantes a cada sacudida. Aceleré progresivamente la rapidez e intensidad de la follada hasta casi alcanzar el orgasmo, momento en el que saqué la polla de su culo y me coloqué en el lado opuesto, frente a su cabeza que seguía apoyada en el suelo. Mientras con una mano me quitaba el condón, con la otra extraje las bragas de su boca y, agarrándola del pelo, levanté su cabeza. El tirón debió dolerle y aproveché el momento de su grito para correrme en su boca. Parte de la corrida fue a parar a su cara y pelo. Carolina parecía cansada y aún estaba excitada porque no dejé que se corriera.

Qué imagen de puta barata presentaba la muy zorra!! Le hice varias fotos con el móvil desde todos los ángulos captando todos los detalles de la postura (de rodillas, maniatada, la venda de los ojos), de su ano abierto con algún hilillo de sangre y de su cara y boca bañados con semen.

Ya eran las 14:00. Todavía disponía de una hora para comer. Me vestí y escribí una nota para Carolina:

“Para ser la primera vez, te has portado bastante bien aunque todavía debes aprender mucho. La próxima vez seré yo quien te folle en lugar de un operario del taller.”

Dejé la nota en el suelo, junto a su cabeza. Antes de irme dejándola tirada en el suelo, aflojé el nudo de sus muñecas y le quité los cascos-auriculares para que pudiera oírme cuando abandonaba el despacho.

Volví al trabajo antes de las 14:45 horas, antes de que nadie pudiera entrar en mi despacho, para asegurarme de que Carolina se había marchado.

En todo el tiempo que duró este primer encuentro, Carolina ni me vio ni escuchó mi voz y, por la nota, creyó que fue otro hombre, un desconocido, quien la folló. Al parecer, le había gustado la experiencia ya que encontré su sujetador y sus bragas en un cajón de mi escritorio.


Autor: MiradaSucia ; mirada.sucia@hotmail.com

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